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  • Foto del escritorTertulia Nacional

Milagros


La iglesia repleta de almas llenas de esperanza, al fondo el rostro de Julia. “Pobrecita.” Sus ojos cerrados y sus muletas puestas en la parte de atrás de la silla donde escucha al pastor. “¡Descarada!” Sus cabellos rubios, su voz de hombre de 30 años, las luces reflectoras que muestran su santo sudor mientras las cámaras graban para el canal cristiano de la ciudad. “¡Un enviado de Dios!” y en medio del discurso una lagrima sale por los ojos de la mujer que ha creído cada una de las palabras de quien alza la biblia en lo alto ¡Aleluya!

El olor de la iglesia y el sonido estridente de los coros que lentamente lo envuelven todo. ¡El señor está en este lugar! Los amenes que se levantan en un unisonó parecer. De pie todos, todos menos Julia, que inclina su rostro pensando en que ese será el día del señor. Nuevamente la voz del pastor, otra vez el coro, otra vez el sonido de los aplausos y las oraciones. El dinero viniendo de todas partes, en todas las esquinas suenan las monedas y los billetes que caen en las cajas de las ofrendas. Julia que la noche anterior había recibido la mejor paga de todas, la que le falta apenas lo justo para pagar su habitación. Julia, la mujer que desde los 15 años debe usar muleta, la que sus papás abandonaron con sus abuelos, la que sueña con estar en los templos de Dios, aquellos donde fluye leche y miel. Recuerda sus noches de infancia, antes de que aquel conductor borracho le destrozara parte de la cadera, antes de las cirugías, de los bastones, de los desahucios. Ella que va los sábados en la noche, y se sienta en una de las ultimas sillas para escuchar lo que tenga para decirle el pastor. “¡Aleluya! Esa misma que perdió a su hijo hace dos años, cuando la moto aceleró y paso el semáforo en rojo, como casi siempre pasaba, rompiendo el silencio con el motor a toda máquina. Ese mismo día en que ella le encontró el porro en su habitación y él salió con Juancho a trabajar, el día que las balas al muerto no le entraron y el guardaespaldas si alcanzo a darle tres tiros en la espalda.

Julia que vive con el trauma de ese par de días en la memoria, que piensa en el dolor de su hijo al morir en esa camilla sola, y que lentamente saca su mercancía muy de mañana para poder subsistir. Ella a la que las hermanas han visto en la calle de las putas vendiendo cigarrillos y tintos a las mujeres de mala vida. “¡Amen!” La misma que les cuida las cosas cuando se tienen que ir con algún cliente y les regala de cuando en cuando biblias azules, pequeñitas. “¡Irrespetuosa!” Esa mujer que ha leído en voz baja en las horas más oscuras de la noche los salmos para sentir algo de paz cuando no ha bajado bandera. Ella que ha recibido los 20´000 pesos del tipo que siempre le compra dos cajetillas de cigarrillos, billete que firma por costumbre, que trae y deja en una de las cajitas de ofrenda. Esa misma mujer espera un milagro.

Alza las manos al cielo, siente la presencia de Dios, como el pastor ha dicho que esta, levanta la mirada, busca las muletas. Al frente una mujer comenzó a hablar en lenguas extrañas, un hombre en silla de ruedas se levanta y comienza a caminar. Alguien grita estruendosamente, se desmaya y se despierta en cuestión de segundos. Las pone lentamente en el suelo, pensando en no usarlas nunca más. Una oleada de voces que hablan, mujeres que lloran, sonidos de sillas que se corren en una sinfonía rítmica de sus espiritualidades. Comienza a levantarse lentamente, se apoya como puede de los maderos que la han sostenido hasta este día de sus cincuentas. Respiraciones agitadas, movimientos impredecibles, monedas que caen sobre las ofrendas. La voz del pastor en lo alto, como una voz hermana que invita a sentir lo que sucede en ese lugar. Suelta la primera muleta, sus ojos comienzan a llorar, se siente invencible en ese lugar. Confía. Suelta la segunda muleta. Entonces el tiempo, un segundo, dos, tres. Intenta dar un paso hacía adelante. ¡El milagro! Su pie no llega a donde quiere que llegue, comienza a tambalear. Cuatro, cinco, seis. Cae al suelo y debe buscar las muletas para reincorporarse. “Le falto fe”; “sus pecados no dejan que se cure.”

Al día siguiente vuelve a poner su puestico de dulces justo en la calle de las putas, el hombre de la silla de ruedas llega caminando, pide un cigarrillo, paga con el billete que lleva la firma de Julia.


Nicolas Riascos

Estudiante de Ciencias políticas

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